En el entramado profundo de la existencia, la noción de un orden establecido por la mano creadora resuena con fuerza. Desde la majestuosidad de los cielos hasta la intrincada organización de la vida misma, se percibe una estructura, una secuencia, una disposición que, lejos de ser arbitraria, parece fundamental para el florecimiento y la estabilidad. Esta percepción se arraiga de manera particular en las tradiciones espirituales, donde el reconocimiento de ciertos patrones y autoridades no es meramente una formalidad, sino un eco de la voluntad divina.
La Biblia, con su riqueza narrativa y sapiencial, nos invita a contemplar esta realidad desde diversas perspectivas. El fundamento de toda autoridad se encuentra en Aquel de quien emana la vida y el aliento. Como se nos recuerda en Romanos 13:1: «Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas.» Esta afirmación inicial sienta las bases para comprender que el reconocimiento de cualquier jerarquía, especialmente en el ámbito espiritual, es en última instancia un acto de reverencia hacia la fuente misma de esa autoridad.
El Pilar de la Guía Espiritual
Dentro de la congregación de los creyentes, la necesidad de dirección y cuidado es innegable. La Escritura describe a individuos llamados a una labor de pastoreo, de enseñanza, de edificación, quienes son vistos como instrumentos a través de los cuales la sabiduría divina se derrama sobre el pueblo. No son dueños de la fe, sino siervos de ella, puestos con un propósito. Hebreos 13:17 exhorta: «Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso.» La obediencia y la sujeción aquí no implican una sumisión ciega, sino un reconocimiento de la responsabilidad que recae sobre estos guías y el beneficio espiritual que se deriva de su labor. Su carga es pesada, y el apoyo de la comunidad es esencial para que puedan cumplir su llamado con gozo, no con lamento.
Incluso en los asuntos cotidianos y en las estructuras sociales más básicas, como la familia, se vislumbra este principio. Efesios 6:1-3 instruye a los hijos: «Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra.» La honra a los padres no es solo un acto de gratitud natural, sino un mandamiento con una promesa adjunta, subrayando la importancia de mantener este orden fundamental.
El Cuidado de la Palabra y la Armonía Comunitaria
Más allá de la obediencia directa, hay un principio sutil pero poderoso en el trato con las autoridades espirituales: el cuidado de la palabra. Hablar mal o de manera peyorativa de aquellos a quienes Dios ha puesto en autoridad no solo socava su posición, sino que también puede generar división y desconfianza en la comunidad además de traer influencia negativa sobre tu vida.
Cuando se siembran dudas o se emiten juicios negativos sobre los líderes, se corre el riesgo de destruir la unidad por la cual Cristo oró fervientemente y dañar el corazón de los más jóvenes en el evangelio (Juan 17:21). La reputación de un líder espiritual no le pertenece solo a él; está intrínsecamente ligada a la integridad de la congregación y al testimonio que esta da al mundo.
La Biblia nos advierte sobre las consecuencias de la calumnia y el chisme, especialmente cuando se dirigen hacia aquellos que guían al rebaño. Tito 3:2 aconseja: «Que a nadie difamen, que no sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres.» Este principio aplica con mayor fuerza a quienes están en posiciones de liderazgo, ya que su vulnerabilidad ante la crítica pública es mayor y el impacto de la difamación es más destructivo para el cuerpo de creyentes. Judas 1:8 también nos alerta sobre aquellos que «desprecian la autoridad y blasfeman de las potestades superiores.» La referencia a «blasfemar de las potestades superiores» puede entenderse como una advertencia contra hablar mal o con irreverencia de aquellos a quienes se les ha concedido una posición de autoridad.
Las Consecuencias de la Desatención al Orden
La desestimación de estas disposiciones divinas, ya sea por negligencia, orgullo o rebeldía, no es un asunto menor y puede acarrear repercusiones significativas. La historia bíblica está salpicada de ejemplos que ilustran las consecuencias de hablar mal o desobedecer a aquellos a quienes Dios ha investido de autoridad. El episodio de Coré en el Antiguo Testamento es un recordatorio sombrío de lo que sucede cuando se desafía directamente la autoridad divinamente establecida. Números 16:3 relata la acusación de Coré y sus seguidores contra Moisés y Aarón: «Y se juntaron contra Moisés y Aarón y les dijeron: ¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y en medio de ellos está Jehová; ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?» La respuesta divina a esta rebelión fue severa, demostrando la gravedad de usurpar o despreciar el lugar que Dios ha asignado a sus siervos.
Similarmente, el Nuevo Testamento advierte sobre aquellos que, por su actitud rebelde, se colocan en una posición de juicio. 2 Pedro 2:10 describe a quienes «principalmente andan en pos de la carne en concupiscencias e inmundicia, y desprecian la autoridad.» La desobediencia y el desprecio a la autoridad son presentados no solo como faltas, sino como características de aquellos que se apartan del camino correcto. La falta de respeto por la jerarquía puede corroer la unidad, generar confusión y, en última instancia, obstaculizar el flujo de bendiciones y guía divina que se espera recibir a través de los canales establecidos.
En última instancia, el reconocimiento y la honra de las jerarquías espirituales no son simplemente un ejercicio de obediencia ciega, sino una manifestación de una comprensión más profunda del diseño divino. Es un acto de humildad que reconoce que el Creador ha establecido un orden para el bien de su creación, y que al alinearnos con ese orden, encontramos una senda hacia la paz, la prosperidad espiritual y la verdadera armonía.
TIEMPOS DE CRISTO 2025.