Cuando una nueva iglesia comienza su andar, la analogía con el nacimiento y crecimiento de un bebé resulta sorprendentemente precisa. Al igual que un recién nacido depende completamente de sus padres y cuidadores para sobrevivir y prosperar, una iglesia en sus primeras etapas requiere la atención amorosa, la paciencia y el compromiso activo de su congregación. Comprender esta dinámica, a la luz de las Escrituras, nos guía sobre la actitud que debemos adoptar para nutrir a este «NACE UNA IGLESIA. «.
Imaginemos el anuncio de un nuevo embarazo en la comunidad de fe. Hay emoción, anticipación y una promesa de nueva vida. De manera similar, la fundación de una iglesia trae consigo una oleada de esperanza y la visión de un futuro lleno de bendiciones. Pero así como los padres primerizos se enfrentan a lo desconocido, los miembros de una iglesia recién formada deben estar preparados para un camino que requerirá adaptación y aprendizaje constante.
Los Primeros Pasos: Paciencia y Comprensión
Un recién nacido no camina ni habla inmediatamente. Requiere tiempo, cuidado y mucha paciencia para alcanzar esos hitos. De la misma manera, una iglesia joven no tendrá todas las respuestas ni funcionará perfectamente desde el principio. Habrá tropiezos, errores y áreas que necesitarán ser ajustadas. Como congregantes, nuestra primera actitud debe ser la paciencia y la comprensión.
La Palabra nos exhorta en Filipenses 4:6: «Por nada estéis afanosos, si no sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.» En lugar de frustrarnos por las imperfecciones o apresurar el crecimiento, debemos llevar nuestras preocupaciones a Dios en oración, confiando en Su guía y tiempo perfecto. Al igual que esperamos pacientemente el desarrollo de un bebé, debemos confiar en el proceso de crecimiento de la iglesia. Efesios 4:2 nos recuerda la importancia de «con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor.» Esta paciencia se extiende a nuestros líderes, a los nuevos miembros y a los desafíos que inevitablemente surgirán.
Un Cuerpo en Desarrollo: Unidad y Colaboración
Un bebé no puede crecer sano si sus órganos no trabajan en armonía. De igual forma, una iglesia recién fundada necesita un fuerte espíritu de unidad y colaboración entre sus miembros. 1 Corintios 1:10 nos llama a «hablar todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer.» Las disputas y la falta de cooperación pueden sofocar el crecimiento de una iglesia joven, al igual que las complicaciones pueden afectar la salud de un bebé.
Romanos 12:4-5 amplía esta idea, comparándonos con los miembros de un cuerpo: «Porque así como en un cuerpo tenemos muchos miembros, y no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros.» Cada persona en la congregación, sin importar cuán pequeño parezca su rol, es vital para el funcionamiento saludable del cuerpo de Cristo en su etapa inicial. La colaboración activa, compartiendo talentos y recursos, es esencial para el desarrollo integral de la iglesia.
Nutriendo con Acción: Servicio Activo y Voluntario
Un bebé necesita ser alimentado, cambiado y cuidado constantemente. Del mismo modo, una iglesia naciente tiene muchas necesidades prácticas que requieren la participación activa de sus miembros a través del servicio activo y voluntario. Gálatas 5:13 nos recuerda que nuestra libertad en Cristo debe ser usada para «servíos por amor los unos a los otros.» No podemos esperar que otros hagan todo el trabajo; cada uno debe estar dispuesto a involucrarse donde sea necesario, ya sea ayudando con la logística, la enseñanza, la música o cualquier otra área.
1 Pedro 4:10 nos anima: «Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios.» Dios nos ha dado dones y talentos específicos, y una iglesia nueva ofrece un terreno fértil para ponerlos en práctica y edificar la comunidad de fe. Así como los padres se desvelan y sacrifican por su bebé, debemos estar dispuestos a dar de nuestro tiempo y energía para el crecimiento de la iglesia.
Guiando los Primeros Pasos: Apoyo y Ánimo a los Líderes
Los padres son los principales guías y protectores de su bebé. En una iglesia joven, los pastores y líderes desempeñan un papel similar, marcando la dirección y velando por el bienestar espiritual de la congregación. Es crucial brindarles apoyo y ánimo. Hebreos 13:17 nos exhorta a «obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso.» Criticar constantemente o mostrar descontento puede desanimar a los líderes, al igual que la falta de apoyo puede agotar a los padres de un bebé.
1 Tesalonicenses 5:12-13 nos pide que reconozcamos «a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan; y que los tengáis en mucha estima y amor por causa de su obra.» Expresar gratitud, ofrecer palabras de aliento y orar por nuestros líderes son formas vitales de fortalecerlos en su tarea.
Proveyendo Sustento: Generosidad y Contribución
Un bebé necesita alimento constante para crecer fuerte. Del mismo modo, una iglesia joven a menudo enfrenta desafíos financieros significativos. Nuestra generosidad y contribución son esenciales para proveer el sustento necesario para sus operaciones y ministerios. 2 Corintios 9:7 nos enseña a dar «como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre.» Dar con un corazón dispuesto es un acto de adoración y una inversión en el reino de Dios.
Aunque el contexto de Malaquías 3:10 sobre el diezmo es específico, el principio de proveer para la casa de Dios sigue siendo relevante. Al igual que los padres proveen para las necesidades de su hijo, debemos considerar cómo podemos contribuir financieramente para apoyar el crecimiento y la estabilidad de nuestra iglesia naciente.
La Fuerza Vital: Oración Constante
Así como un bebé depende del aire para vivir, una iglesia depende de la oración constante para su vitalidad espiritual. Efesios 6:18 nos anima a orar «en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos.» La oración es el canal a través del cual recibimos la gracia, la sabiduría y la dirección de Dios. Debemos orar fervientemente por los líderes, por los miembros, por el alcance de la iglesia a la comunidad y por la provisión de todas sus necesidades.
Colosenses 4:2 nos exhorta a «perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias.» Nuestra oración constante es como el latido del corazón de la iglesia, sosteniendo su vida y permitiéndole crecer en la fe y el amor de Cristo.
Un Futuro Prometedor
El crecimiento de un bebé es un milagro que presenciamos con asombro. De manera similar, ser parte del nacimiento y crecimiento de una iglesia es un privilegio y una oportunidad única para ver la obra de Dios manifestándose en nuestra comunidad. Al adoptar una actitud de paciencia, unidad, servicio, apoyo, generosidad y oración constante, nos convertimos en los cuidadores amorosos de este «bebé espiritual«, nutriéndolo para que crezca fuerte, saludable y cumpla el propósito que Dios tiene para él. Así como celebramos cada hito en el desarrollo de un niño, debemos celebrar cada paso de crecimiento en la vida de nuestra iglesia, confiando en que Dios, el Padre amoroso, guiará su camino hacia la madurez.
Daniel. E. Ospina. Barcenas.