DOS TIPOS DE MUJERES , LA REINA ESCLAVA O LA ESCLAVA REINA .
Hijos de mi corazón, en el laberinto de la vida, sus ojos se cruzarán con dos tipos de mujeres, dos senderos distintos que bifurcan el camino del corazón. Presten atención a mis palabras, pues en ellas reside la sabiduría que la experiencia y el amor paternal han tallado en mi alma.
La primera mujer se presenta como una REINA, deslumbrante en su hermosura, de formas que cautivan y una presencia que seduce. Sus cabellos, cuál cascada de seda perfumada, esparcen un aroma que aprisiona la atención, obligando a sus ojos a encontrarla, imantados por su encanto. Ella los hará sentir especiales, únicos en ese instante efímero de su atención. Su risa, al principio, será la melodía que acalla todas las dudas, y sus labios que muerde coquetamente, un insinuante lenguaje silencioso que encenderá una chispa entre los dos. Cada cercanía será una descarga eléctrica, un torbellino de emociones que los elevará a la cima del mundo en un momento, para luego sumirlos en la confusión al ver esa misma sonrisa, ese mismo gesto, compartirlo con otros, cercanos o extraños. Pero el hechizo de sus ojos será un velo que los dejará expuestos a sus encantos, ignorando las señales que claman por ser escuchadas.
Ella es una DALILA, hijos míos. Bella, sí, de una hermosura que deslumbra, pero no una verdadera REINA. En su interior, reside una ESCLAVA: esclava de su apariencia fugaz, de los placeres efímeros que ofrece el mundo, de las fiestas que prometen alegría, pero dejan un vacío al amanecer, de la aprobación constante de sus amigas y de la búsqueda incesante de diversión. También reina, sí, pero en el efímero reino de las fiestas, de los halagos vacíos, de los amores superficiales que dejan cicatrices a una edad temprana. Quizás no sea culpable de sus ataduras, pero su espíritu no conoce la libertad que solo se encuentra en la verdad. Si caen bajo el hechizo de sus ojos, ante la escultura de su cuerpo y la promesa infinita de sus piernas, se convertirán también en ESCLAVOS: esclavos del deseo que consume, de la pasión que ciega, de la angustia de no ser el único habitante de su corazón, del desespero y el temor constante de perderla, como arena que se escurre entre los dedos. Recuerden las palabras sabias:
«Porque los que viven según la carne fijan la mente en las cosas de la carne, pero los que viven según el Espíritu, en las cosas del Espíritu.» (Romanos 8:5).
La segunda mujer, a primera vista, puede que no irradie el brillo superficial de la primera. Ella es una ESCLAVA, sí, pero una ESCLAVA DE DIOS, atada por los dulces lazos de sus principios, una amante ferviente de su PALABRA. Tal vez su belleza no sea tan llamativa, sus piernas no desafíen la longitud del horizonte, y sus cabellos no exhalen perfumes costosos, sino la fragancia sencilla y pura de las flores del campo. Pero cuando sus ojos se encuentren con los de ella, no verán un hechizo fugaz, sino una paz que sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7), un remanso de tranquilidad en medio de la tormenta. En la profundidad de su mirada, brilla la luz más intensa y hermosa que sus almas puedan resistir, un reflejo del amor incondicional de Jesús. Sí, hijos míos, ella es una ESTHER. Quizás no sea la más graciosa, ni la más pícara o sensual a los ojos del mundo. Tal vez baje la mirada cuando la busques con la tuya, quizás un rubor constante adorne sus mejillas, e incluso le cueste mantener una conversación animada.
Ella no correrá a tus brazos al primer encuentro, aunque su corazón anhele tu amor, y es probable que valore el compromiso como un tesoro sagrado.
Si la encuentran, hijos míos, tomen su mano con delicadeza y enséñenle a ser la mujer que sus corazones anhelan. El Espíritu Santo, la presencia de Dios en la tierra, hablará a su espíritu y la guiará, transformándola en una verdadera REINA, una reina de gracia, de sabiduría, de amor incondicional para su hogar. Recuerden la promesa:
«Y el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no hay ley.» (Gálatas 5:22-23). Una mujer llena del Espíritu Santo irradiará estas virtudes, construyendo un reino de amor en su hogar.
Quizás, la mayoría de las veces, si esperan el tiempo perfecto de Dios, esa Esther que encuentren en su camino se convertirá en su esposa, la compañera única e insustituible que el Padre celestial ha reservado para ustedes. Así encontré a su madre, hijos míos, una verdadera ESCLAVA de Dios que, día a día, se corona como la REINA de mi vida.
Busquen una Esther, hijos míos. Ella los hará brillar con la luz de la verdad y la justicia, los revestirá como verdaderos REYES y SACERDOTES de sus hogares, construyendo familias con propósito eterno. Y la historia de amor y fe se repetirá en sus hijos y en las generaciones venideras, si Cristo no ha regresado por su Iglesia. «La mujer sabia edifica su casa; más la necia con sus manos la derriba.» (Proverbios 14:1). Elijan la sabiduría que edifica.
Recuerden que la Dalila los buscará con insistencia, su misión es encadenarlos a la vanidad y evitar que alcancen su potencial como hombres de Dios. Esther, en cambio, puede que no sea evidente al principio, quizás aún se llame Hadassa, ese estado de transición entre la amistad, el noviazgo y el compromiso. Sea o no su esposa final, sean sabios, respétenla, valórenla en su pureza y conozcan la profundidad de su corazón. Si el destino los lleva por caminos separados, procuren no herir su alma delicada. Siempre comuniquen con honestidad y eleven sus inquietudes en oración, permitiendo que Jesús sea el centro de cada relación. «Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida.» (Proverbios 4:23). Protejan el corazón de las mujeres que entren en sus vidas.
Oren por su Esther cada día de sus vidas, así como su madre y yo lo hacemos. Clamen al Padre celestial para que guíe sus pasos hacia esa mujer especial que complementará sus vidas y los acercará más a su propósito divino. «Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.» (Jeremías 33:3). La oración es la llave que abre las puertas del cielo y revela los tesoros escondidos.
Sus Esthers llegarán, hijos míos. Pero solo las reconocerán cuando sus corazones estén llenos de la presencia de Dios, cuando el Espíritu Santo habite en ustedes y les permita ver más allá de la apariencia. Buscarán en sus ojos no un hechizo efímero, sino el brillo singular que emana de un alma llena del Espíritu Santo, la promesa de un amor que trasciende lo terrenal y se eleva hacia la eternidad. «Más el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz…» (Gálatas 5:22). Busquen ese fruto en el corazón de la mujer que elijan.
Con todo el amor que un padre puede ofrecer,
Su padre.