La llegada del «Superman» de James Gunn era, quizás, el evento cinematográfico más esperado del Universo DC reiniciado. La promesa era un retorno a un Superman más luminoso y esperanzador, alejado del tono sombrío de su predecesor. Gunn cumple parcialmente esa promesa en la estética y en el corazón del joven Clark Kent, pero tropieza —o quizás salta deliberadamente— hacia una controversia que define a nuestra era: el papel de un poder absoluto frente a conflictos que no tienen soluciones sencillas. El resultado es un Superman que, para un sector del público, resulta frustrantemente ambiguo, no por su vulnerabilidad física, sino por su aparente parálisis moral y su inclinación hacia una visión superficial de la justicia global.
El Dilema: ¿Intervención o Inacción sesgada?
La película establece rápidamente a un Superman (interpretado por David Corenswet) que es el faro de esperanza que todos recordamos. Salva gatos de árboles, detiene atracos y personifica la bondad. El conflicto central no proviene solo de un villano como Lex Luthor, sino del mundo real que irrumpe en Metrópolis. A través de noticieros y conversaciones con Lois Lane, la película hace alusiones directas, aunque con nombres de naciones ficticias que son claros análogos, a los conflictos geopolíticos actuales, como las guerras en Europa del Este (Ucrania-Rusia) y las tensiones en Oriente Medio (Israel-Hamas).
El guion de Gunn presenta a Superman con un dilema: si interviene en un conflicto, ¿no se convierte en un dictador global, imponiendo una paz «a la americana» o «a la kryptoniana»? Si no interviene, ¿no es cómplice por inacción? La película opta por un camino intermedio que ha sido duramente criticado.
Por ejemplo, en una secuencia clave, Superman detiene un convoy de armas destinado a un país que se defiende de una invasión, declarando ante las Naciones Unidas que «las armas solo perpetúan el ciclo de violencia». Sin embargo, no actúa con la misma celeridad contra el ejército agresor inicial. Esta acción, en lugar de ser vista como un acto de paz superior, es percibida por muchos críticos como una falsa equivalencia. Se le acusa de adoptar una postura «woke» en el sentido más peyorativo del término: una que ve toda violencia como igual, ignorando las raíces del conflicto, la diferencia entre agresor y agredido, y la legitimidad de la autodefensa.
Un Reflejo de la Superficialidad Discursiva
La crítica de que Superman «no conoce las raíces de los conflictos» es el núcleo del problema para muchos espectadores. El personaje parece compartir la misma visión que abunda en las redes sociales: una que se basa en eslóganes y posturas morales simplistas en lugar de un entendimiento profundo de la historia, la política y la cultura.
Lex Luthor (Nicholas Hoult), en un giro interesante, se convierte en la voz del realismo cínico. En sus debates con Superman, Luthor no solo lo ataca con kryptonita, sino con argumentos punzantes: «Tú ves un ‘conflicto’, yo veo a una nación soberana defendiéndose de un imperio expansionista», o «Tú quieres detener las balas, pero no entiendes por qué se disparan en primer lugar». La película, intencionadamente o no, a veces le da la razón a Luthor en el plano intelectual, aunque lo pinte como el villano moral.
Este Superman parece temer más el ser etiquetado de «colonialista» o «imperialista» que el fracasar en proteger a los inocentes de manera efectiva. Su postura se inclina hacia un pacifismo idealista que, en la práctica, resulta en una inacción que favorece a los tiranos. No es el Superman de «Truth, Justice, and the American Way» (un lema ya de por sí complejo), sino un Superman de «Truth, Justice, and a Vague Sense of a Better Tomorrow», donde el miedo a ofender dicta sus acciones.
Conclusión: ¿Un Superman Fallido o un Retrato Incómodo?
La defensa de la película, esgrimida por sus partidarios, es que este es precisamente el punto. Gunn no estaría presentando un Superman idealizado, sino uno que está aprendiendo y que refleja la parálisis de las instituciones globales actuales. Es un Superman para la era de la desinformación y la polarización, un ser de poder ilimitado que se da cuenta de que la fuerza bruta no puede resolver problemas ideológicos complejos.
Sin embargo, para quienes ven en Superman la encarnación de una claridad moral absoluta, esta versión es una decepción. No porque sea vulnerable a la kryptonita, sino porque es vulnerable a la crítica fácil y a la ambigüedad moral de nuestro tiempo. La película, en su afán por ser relevante y contemporánea, dota a su héroe de la misma superficialidad que critica.
Al final, el «Superman» de Gunn es una obra que nos deja muchas preguntas que muchos no pueden contestar, precisamente por este debate. ¿Es un héroe «woke» que no entiende el mundo que protege? ¿O es un espejo incómodo que nos muestra que en el mundo actual, ni siquiera Superman tendría las respuestas fáciles que anhelamos? La película no ofrece una solución, dejando al espectador con una pregunta inquietante: si ni Superman puede navegar estas aguas, ¿qué esperanza nos queda al resto?.
Estamos viviendo en los tiempos de Cristo y solo en El podemos encontrar todas las respuestas.
TIEMPOS DE CRISTO 2025.