¿TE HAS APARTADO DE DIOS? AÚN HAY ESPERANZA.
Un cepillo del pelo era mi micrófono, la mesa de planchar mi atril, un nuevo testamento que me regalaron los gedeones mi tesoro, un casette con música de Marcos Witt y una vieja grabadora eran el equipo de alabanza, pasaba tardes enteras predicándole a mis muñecos, hablando en el espejo como si fuera una cámara, soñando con llevar el Reino a miles y millones, pidiéndole a Dios que su gracia estuviese sobre mí, que cada palabra que saliera de mi boca hablara de Él y de su gloria, así pasaban los días durante mi infancia, vivía en Madrid Cundinamarca y recorría el pueblo en mi monareta mientras hablaba con Jesús y le preguntaba como iba a ser mi futuro, mi corazón enamorado de Él, poco tenía tiempo de pensar en la disfuncionalidad de mi hogar o en la adicción de mi Padre.
A los 11 años llegué a Ibagué y encontré un lugar soñado para niños, era increíble que en la iglesia cada sábado tenían un club de niños, nos vestíamos de camisetas rojas con el slogan”Ositos para Cristo”, adorábamos, hacíamos teatro y aprendíamos la Biblia, como si fuera poco, nos ganábamos coins por aprendernos el versículo del día, llevar nuestra camiseta del club y nuestra espada “la biblia”, reclamábamos al final de cada semestre con nuestros coins ahorrados en la tan esperada cueva del oso, juguetes, dulces o libros. Los libros eran mi pasión, no podía creer que con esas moneditas tan bonitas de cartón pudiese comprar historias tan fascinantes de la biblia, orábamos por la ventana 10/40, hacíamos guerra espiritual y los más grandes nos íbamos a las calles y a los buses a predicar, como olvidar aquel tratado rojo “cerrando la brecha” con el que le predicábamos a desconocidos, sin temor de decir que éramos cristianos, solo con la alegría de saber que éramos salvos.
Teníamos grupo de música de los ositos para Cristo, nos sentíamos famosos, nuestros chalecos plateados, las luces y toda una producción alrededor del sueño de muchos de nosotros “impactar las naciones para Cristo” Sin embargo, pronto la adolescencia llegó y pareciera que arrasó con la alegría de conocer a Jesús, la amargura detrás de perder a mi papá por una sobredosis de drogas me rebasó, el dolor, heridas y ausencias de la infancia ganaron la batalla, sentía que Dios no me oía, que Dios no había respondido tantas oraciones por mi papá y su libertad, sentía que ese Jesús con el que danzaba en mis juegos de infancia ya no estaba.
¿Cómo una niña enamorada de Dios se transforma en una adolescente rebelde? ¿Cómo tanta pasión por hablar de Jesús en las calles se transforma en anarquía?
Pareciera que la adolescencia agudiza las heridas, voluminosa los chichones y se apodera de los vacíos de una niña sin identidad, mis libros de los grandes héroes de la biblia, hablaban de los milagros que Dios hacía y de las grandes hazañas que hombres respaldados por Dios conseguían, sin embargo, cuando intentaba recordar como salir del hoyo profundo de la depresión no encontraba respuesta, conocía los milagros de Dios, pero no tenía identidad en Él. Leía la biblia, pero no entendía la gracia. Poco a poco la culpa creó un muro que no me permitía oír la voz de Dios, el vacío que nunca fue tratado en mi vida se llenó con el mundo, la historias asombrosas de la Biblia se convirtieron solo en historias y poco a poco el corazón que ardía de amor por compartir el amor de Dios se apagó, no vale la pena remarcar sobre los que en mundo y la universidad hicieron en mi vida para decir que perdí todo, mis sueños, mi identidad, mi visión, esa pasión profunda por el Reino y hasta me convencí de que el cepillo era solo para peinarme y el espejo para pelear con mi cuerpo.
Llegó el día en el que la semilla ahogada por los espinos empezó a crecer y a echar raíces, frente al altar le prometía a Dios que la familia que estaba formando iba a ser sustentada en Su Palabra mientras llena de miedo le suplicaba que me ayudara a construir la familia que mi esposo y yo queríamos tener de niños, esa que se concentrara en formar el carácter antes que el instituto bíblico, esa que funcionara igual en casa y en la iglesia, esa que se mantiene siempre unida sin importar las adversidades. Aun trabajo en ese propósito y aunque no es fácil poco a poco damos fruto, entre más intencional soy en el propósito de construir familia, más trabajo tengo que hacer en mí, reconociendo mis miedos, liberándome de fortalezas mentales, sanando mis heridas, caminando de la mano de Jesús por esos lugares oscuros de mi corazón, creciendo así duela, redescubriendo mi identidad y mi propósito, entendiendo que soy una vasija rota en las manos de un Dios sublime que refleja su luz a través de mis grietas y aprendiendo a oír su voz cada día.
Pensé que ya tenía todo lo que podía pedir: Dios además de sanarme, me redimió, me dio un futuro y una esperanza. El camino se había torcido y el propósito se había perdido, así que era suficiente gracia de Dios tener la familia y la vida que tengo hoy. ¡Pero Dios no es así! ¡Dios no tiene límites! A Él no lo paraliza nuestra culpa. Él hace todo nuevo cada mañana. Él es un Padre que espera que estemos listos, en relación con Él y en carácter, para darnos eso que se soñó el día que nos creó. El llamado y los dones son irrevocables, y es así como escribo estas líneas, hago videos llevando esperanza a un mundo que vive en oscuridad y doy charlas y talleres en lugares en los que jamás imaginé estar. Él no se olvida de ti y de tu primer amor. Él no ha olvidado eso que soñó cuando te creó. Él solo te quiere de regreso a sus brazos. Él sonríe cada vez que plantas la semilla en un niño, cada vez que te esfuerzas por construir un lugar seguro para esos pequeños que asisten a tu iglesia local. Él se enternece cuando eres sus brazos en la tierra para otros. No te canses de hacer el bien. No te canses de construir familia, iglesia y país. Somos el reflejo de su luz y, entre más grietas más luz podemos reflejar del Único que es Perfecto.
Andrea Aldana Vásquez
Speaker & Writer
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