De las creaciones humanas, tal vez la más importante es el libro. Las palabras que lo componen tuvieron que viajar por el aire y recorrer las más variadas geografías, de una forma que conocemos hoy en día como tradición oral. Conservar las hazañas, los pensamientos de los grandes iluminados y las tradiciones ha sido siempre una prioridad para el ser humano. Lograr esto no fue sencillo; tal vez recurrieron a formas de mnemotecnia sencillas y efectivas, como, por ejemplo, convertir esos relatos en canciones que se enseñaban a los hijos desde su más corta edad.
Lo cierto es que, cuando lograron, con gran ingenio, crear símbolos que representaran el sonido de sus palabras, surgió la escritura y con ella los primeros libros. La memoria había logrado un gran triunfo. Desde el comienzo y durante mucho tiempo, este intrincado método de conservar las tradiciones y la sabiduría estuvo en manos de altos sacerdotes y personalidades de las grandes élites.
Surgieron grandes libros que hechizaron al mundo antiguo y despejaron la espesa neblina que ocultaba el conocimiento. Libros escritos sobre tablillas, sobre pieles de animales, sobre papiros, en fin, sobre cualquier superficie que garantizara su perdurabilidad. Las formas del pensamiento y de los libros eran variadas y eran propiedad de cada reino y civilización emergente, y solo estaban al alcance local. Con el intercambio de mercancías entre los pueblos también hubo intercambio de libros y las primeras traducciones.
Surgieron las primeras bibliotecas, como la de Persépolis, la biblioteca de Babilonia y la más legendaria de todas: la Biblioteca de Alejandría. Estos centros de conocimiento fueron creados por ambiciosos reyes que pretendían extender su poder por toda la tierra y encontraron en las bibliotecas una forma de poseer al mundo sin desenfundar la espada. Una forma de extraer el néctar del conocimiento de las más distantes tierras. Una manera diferente de abarcar el todo.
Grandes libros alimentaron la imaginación y difundieron conocimiento. Ilustres eruditos consignaron sus descubrimientos en los libros y obtuvieron su pasaporte a la eternidad, nombres como Eratóstenes, Aristarco, Herófilo, Arquímedes. Grandes escritores como Homero, Esopo y grandes dramaturgos como Eurípides, Esquilo y Sófocles. Tratados de astronomía de Persia y Babilonia. Libros de las más remotas tierras de la India.
Desde el comienzo, las escrituras judías representaron un reto importante para Ptolomeo, quien ordenó su traducción al griego para que formaran parte de sus anaqueles en la biblioteca. Según Aristeas (el emisario de Ptolomeo en territorio judío), se escogieron setenta y dos sabios para tan valiosa labor. Era importante que el espíritu del contenido de esos textos no sufriera alteraciones. El mismo Ptolomeo realizó entrevistas individuales a cada uno de los escogidos para comprobar su probidad y erudición; todos pasaron el riguroso examen. El mandatario ofreció alojamiento y alimentación, y en solo setenta días los textos fueron traducidos. Al comparar las traducciones, todas coincidieron. Se dice que un invitado fue crucial para que eso ocurriera: el Espíritu Santo. Después se hicieron otras traducciones: la Vulgata latina y la Peshitta, al latín y al siriaco, respectivamente; luego a todos los idiomas del planeta. Este hecho no fue menor, porque ocasionó que la palabra de Dios abriera su camino por el mundo.
El destino de ese afán por reunir los libros del mundo civilizado en un solo lugar, una especie de torre de Babel del conocimiento, fue desafortunado: las llamas consumieron el lugar. Muchos de los libros de la gran biblioteca de Alejandría sobrevivieron al incendio hasta la actualidad, pero el más influyente a nivel mundial es la Biblia.
La Biblia fue crucial para pasar de un estado de barbarie reinante en Europa a la creación de un humanismo cristocéntrico (obviamente con deficiencias) que alejó al continente de la decadencia y contribuyó a forjar el pensamiento que la humanidad podía redimirse. No solo eso, que ya de por sí es algo muy importante, sino que también revivió discusiones ontológicas en el campo de la filosofía. De esta manera, nace la escolástica y autores posteriores como Nietzsche, Kant y Spinoza, por solo nombrar algunos, tuvieron como punto de partida los textos bíblicos.
En la literatura, el aporte fue también muy fuerte. El magnífico poeta William Blake dijo: “La Biblia es el gran código de la humanidad”. Sus palabras fueron sinceras porque dedicó gran parte de su vida y su obra a descifrar secretos ocultos en el libro sagrado.
La estructura estética y las formas narrativas de la Biblia influyeron de manera poderosa en Dante Alighieri, Chesterton, Victor Hugo, Dostoievski, Borges y García Márquez. Todos ellos encontraron en la Biblia inspiración y se guiaron por la estructura narrativa de algunos de los libros. En el caso de García Márquez, tomó del Génesis la idea para narrar de forma parecida la creación de la cultura del Caribe. “El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.” Este fragmento de Cien años de soledad es una clara alusión al Adán bíblico, y como este ejemplo, existen muchos en el libro que consagró al autor colombiano en el mundo entero.
En las bellas artes, es muy evidente el impacto bíblico en la temática de artistas medievales, renacentistas y modernos. La lista es larga; solo mencionaré a famosos como Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Rembrandt y Chagall, quienes han transcrito el mensaje verbal en imágenes que hoy en día son símbolos universales del mensaje de Dios.
En el ámbito cultural y político, los aportes de la Biblia vinieron gracias a la Reforma y postulados como “que el derecho natural debe seguir el orden establecido por Dios al establecer su obra creadora, y por lo tanto, las leyes positivas que formula el ser humano no deben ser ajenas a ese principio revelado por Él”. Nuestra Constitución colombiana es de origen calvinista, y así como la nuestra, muchas otras también lo son.
Dios creó todo lo existente con el sonido de su voz y su mensaje contenido en la Biblia ayudó a forjar la civilización más admirable de la historia: la civilización occidental, que siempre estuvo a la vanguardia de la ciencia, las artes y la tecnología. Sin embargo, el mayor aporte fue de índole espiritual, sirviendo de puente entre Dios y los hombres. El mensaje contenido en sus páginas sigue alimentando el espíritu de la humanidad hoy en día y lo seguirá haciendo hasta el fin de los tiempos.