El Génesis ha sido objeto de estudio a lo largo de la historia por parte de muchos literatos, historiadores, teólogos, exégetas, traductores, etc. No tengo las credenciales que tenían ellos para dar una opinión certera sobre este libro; tal vez nadie las tenga. Sin embargo, reconozco la importancia de este texto sagrado en todas las esferas del conocimiento humano.
El primer libro de la Biblia relata la creación de todo lo existente y siempre me llamó la atención la forma en que describe la Biblia ese origen, y es a través del lenguaje. La palabra tiene una doble función: como vehículo que propicia la creación y como mediador entre la humanidad y Dios. No se relata cómo se incorpora el lenguaje en los hombres, pero es evidente cómo la dimensión lingüística lo constituye y lo diferencia de los demás seres de la creación divina.
Aunque existe desde el comienzo un profundo vínculo entre el ser humano y su Creador, el lenguaje le permite cierta independencia al hombre, en la medida en que puede producir sus propias reflexiones y definir sus propios sentimientos. En esta primera etapa, el pensamiento humano lo abarca todo y la comprensión del mundo y de sí mismo es total; existe una sola realidad (me gusta pensar eso, aunque no lo puedo comprobar). Eso ocurre estando bajo la custodia del Creador.
El Creador encomienda a Adán ponerle nombre a todo lo existente, es decir, que a través del lenguaje simbólico de la palabra, Adán se apropia de la creación diseñada para ser hábitat. Las cosas comienzan a existir en su mente y su relación con las bestias y las cosas del mundo ahora es posible e individual.
Después de esa tarea, Dios induce al hombre en un profundo sueño y extrae de su costado el material del que crea a la mujer y la llamó Eva. Al despertar, Adán enfrenta una realidad diferente a la que había experimentado; la sorpresa debió ser gigante… una nueva identidad surge para ser su compañía. Acto seguido, impone una prohibición que consiste en no comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, situado en el centro del huerto, porque de hacerlo, morirían. Ahora su libertad tenía un muro de contención.
La humanidad, ahora representada por Adán y Eva, constituye algo muy importante y definitivo para el orden original, porque ante la posibilidad del “otro” (Eva) surge una nueva forma de razonamiento que no estaba presente cuando solo existía Adán. La experiencia de la realidad cotidiana cambia y la posibilidad de construir pensamiento ahora se basará en la experiencia propia y en la compartida por su compañera.
Surge en el relato otro actor que es definitivo para el futuro del ser humano: la serpiente. Este nuevo ser se encarga de deshacer el vínculo que existía entre la humanidad y Dios y crea la identidad del yo en ellos, separándola de la conciencia que compartían con el Creador, aportando una “verdad” diferente a la ofrecida por su mentor. El vehículo utilizado por la serpiente fue el lenguaje.
La serpiente aborda a la creación más reciente de Dios, con la que el vínculo era más frágil: Eva. La conversación fue la siguiente:
“Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que el SEÑOR Dios había hecho; la cual dijo a la mujer:
¿Conque Dios dijo: No comáis de ningún árbol del huerto?”
Génesis 2:1
La serpiente hábilmente la sitúa en el único evento que limita su libertad… en la prohibición, que impide poseer todo lo disponible en la creación, algo que no entiende, pero que acepta. Sin embargo, responde dándole a entender a la serpiente que se siente cómoda y satisfecha con la regla impuesta. Pero a la vez, ese estado de serenidad que demuestra empieza a disolverse y es reemplazado por la duda, aunque no lo manifieste en su respuesta.
“Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto comemos; más del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios:
No comeréis de él, ni tocareis en él, para que no muráis.”
Génesis 2:2
La aclaración a la que se ve forzada Eva la vuelve a situar en lo inquietante, y la plenitud desaparece.
“Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis.”
Génesis 2:4
Esta afirmación le permite vislumbrar un mundo distinto del que ofrecía Dios… un mundo con libertad total… un mundo donde la autoridad de Dios es reemplazada por la razón, un mundo deseable, como el fruto del árbol prohibido, un mundo en el que todo esté disponible y controlado por ellos. Su pensamiento oscila entre el orden divino y la declaración hecha por la serpiente.
“Mas sabe Dios que el día que comiereis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como dioses, sabiendo el bien y el mal.”
Génesis 2:5
La serpiente logra sembrar la semilla de la duda y el deseo… logra que Eva cuestione su libertad… desear algo es a la vez carecer de algo; se desea lo que no se tiene. El juego dialéctico de la serpiente obtiene la victoria. Dios, que es la totalidad, queda fuera de la ecuación. El deseo condujo al ser humano a la elección y elegir es renunciar a otra opción. Al tomar el fruto prohibido y rechazar las demás opciones, estaban trazando su propio destino. Comieron con frenesí de él, sin darse cuenta de que mientras lo hacían, todo a su alrededor cambiaba. El mundo que les ofrecía todo se tornó hostil y sin sentido. Sus mentes se convirtieron en una suerte de tabula rasa (vacía); su existencia ahora carecía de propósito, y tenían que hallarlo en un mundo que desconocían, lleno de objetos inertes y variadas formas de vida ajenas a su propia existencia. Tenían que encontrar conexión con el mundo al que habían sido arrojados. Descubrieron que ellos, en su propia existencia, se desconocían a sí mismos (en esta nueva realidad) al notar su desnudez. Su mente y su cuerpo estaban dislocados, desconectados. Descubrieron el miedo y la vergüenza y huyeron apresurados del huerto para cubrir su desnudez (su ignorancia, su transgresión).
“Y fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos;
entonces cosieron hojas de higuera y se hicieron cintas para ceñirse.”
Génesis 3:7
Perdidos en un mundo desconocido, la humanidad creó su propia estrategia para enfrentar la dura realidad, con hojas de higuera, que representan su propia razón.
La Biblia dice que Adán y Eva escucharon la voz de Dios en el huerto y se escondieron. La voz de Dios representa la luz de la verdad, algo que ahora los atemorizaba (se teme a lo que no se conoce); su nueva realidad los distanció de su origen. En esa supuesta libertad que habían obtenido, tenían que comenzar desde cero. Una libertad que no sabían cómo manejar; la estrategia que idearon fue el encubrimiento, fue la mentira.
Ante la presencia de la luz de la verdad (Dios), Adán no tuvo otra opción que reconocer su estado; un estado diferente al que tenían la última vez que hablaron con él.
“Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí.”
Génesis 3:10
Perplejo ante un mundo desconocido y una existencia sin propósito, el Creador le preguntó de dónde habían obtenido ese conocimiento (Él ya lo sabía), esperando en la respuesta un reconocimiento de su desobediencia, pero obtuvo un encubrimiento de su error, culpándolo a Él para evadir su responsabilidad y aligerar su transgresión.
La historia narrada por la Biblia es parecida al mito de la caverna expuesto por Platón en su libro La República. El relato dice que un grupo de personas, confinadas en una caverna desde su nacimiento, con cadenas que los inmovilizan de tal suerte que solo pueden mirar la pared del fondo. En la entrada de la caverna hay una fogata que les permite ver las sombras de personas y objetos. Cuando pasan al frente de la caverna, quienes están en la caverna solo tienen una proyección pobre de la realidad fuera de su reclusión. Uno de ellos logra liberarse y sale del sitio, descubriendo la realidad fuera de la caverna. Descubre con asombro que vivía en un mundo solo de apariencias. Mira directamente la luz del sol (que representa la verdad) y descubre el color y la verdadera forma de las personas y los objetos. Regresa a la caverna a contar su experiencia, pero sus compañeros no lo toman en serio, porque para ellos esa realidad que narra quien pudo liberarse es ficción. Sin embargo, este hombre que se pudo liberar insiste y pretende liberarlos de las cadenas que les impiden ver la realidad. Los confinados enfurecen y, si tuvieran la oportunidad, lo matarían al liberado por querer engañarlos. El mito representa la eterna lucha entre el mundo de las apariencias, representado por las sombras en la pared, y el mundo de la razón y la verdad, representado por el mundo exterior y el sol. En el relato bíblico, el viaje es distinto; el ser humano pierde la luz de la verdad (representada por Dios) y se dirige al mundo de las sombras o de las apariencias, guiado por la serpiente.
El hombre, en su creación, había sido diseñado con un propósito, desde la palabra de Dios; había una conexión espiritual en el lenguaje. Desde que transgredieron este ordenamiento, el hombre solo existiría en su propio lenguaje, en su propio razonamiento, estableciendo una ruptura con el mundo espiritual. Ahora, el ser humano tendría que construir un propósito para su existencia.
Distanciados de la realidad divina, los descendientes de Adán y Eva nacerían sin un propósito y heredarían el mundo caótico que eligieron sus padres al comer del fruto prohibido. En palabras de Sartre, la esencia precede a la existencia. Sin embargo, el Padre Eterno establecería otra forma de conexión apelando al simbolismo del ritual.
Dios elabora con pieles túnicas para el hombre y su mujer para representar que solo de la mano de Él, los seres humanos pueden llegar a la salvación (encontrando un propósito espiritual a su existencia) y para recordar eso, lo harían a través del ritual del sacrificio de un cordero. El vínculo simbolizante de esta acción establecería un propósito espiritual que no debería quebrantarse.
El ser humano es arrojado al mundo con la herramienta del lenguaje, que es como construye la razón, y a partir de ahí tendrá que construir su realidad. Heidegger definiría el Dasein (ser-ahí), es decir, el hombre enfrentado a la realidad de su existencia. Para asumir la vida, Heidegger visualiza dos formas de vivirla: la vida auténtica y la inauténtica. El ser humano tiene muchas posibilidades, pero entre todas hay una que está presente en todas, y es la muerte. Enfrentarse a esta posibilidad produce angustia. La realidad auténtica es la que percibe el hombre que tiene conciencia de su caducidad en el mundo y se prepara para aprovechar su existencia, es decir, que no se disuelve entre las cosas sin importancia. El ser inauténtico evade esa realidad (la muerte) y se entrega a la enajenación y a la frivolidad, desperdiciando su existencia y perdiendo su esencia como ser humano.
Aunque es una muy buena definición de la existencia humana, a esta definición del ser auténtico le falta la dimensión espiritual, que es la clave para entender quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos. Tener conciencia de nuestra muerte y enfrentar la vida sin la conexión espiritual también sería una existencia inauténtica, porque al final de la vida solo quedaría la nada y eso también produciría angustia o la sensación de que la experiencia de existir no tendría propósito más allá de este mundo.