A partir del cambio que ocasionó la transgresión de Adán y Eva, surgió la civilización humana. La narración bíblica ubica (desde mi punto de vista) al ser humano en el periodo neolítico, que es cuando inicia la agricultura, la domesticación de animales, la creación de alfarería, la construcción de viviendas y se producen las primeras estructuras familiares.
Este periodo histórico ha sido el más importante de toda la evolución humana porque le aportó a todas las etapas que siguieron hasta la actualidad: los modelos de producción, las estructuras sociales, la creación de ciudades, la escritura, el comercio y la adopción de modelos parentales. Sin lugar a dudas, ha sido el periodo más luminoso de la existencia humana; en la actualidad, esos aportes aún se conservan.
Justamente en este periodo, los protagonistas de la historia bíblica son Caín y Abel, los hijos de Adán y Eva, quienes heredan el fruto del pecado de sus padres. Estos dos personajes simbolizan la humanidad en una nueva etapa de la historia.
El lenguaje se convierte en algo fundamental para el desarrollo humano, lo cual hace que el hombre se convierta en un ser absolutamente simbólico, no solo porque el lenguaje es el vehículo que cohesiona los pequeños grupos sociales que comienzan a surgir, sino también porque les permite interpretar el mundo y les posibilita crear una definición de sí mismos y su rol en el mundo.
De este modo, se refina un poco más el concepto del “yo”, que en Adán y Eva era rudimentario; es decir, comienzan a reconocerse como individuos y reformulan su existencia como seres que tienen la función de dominar la creación. Recordar su origen es algo importante porque les permite entender de manera más clara su presente.
El ritual es un poderoso medio para recordar que su existencia es incompleta sin la ayuda del Creador. Pero este nuevo orden simbólico es subvertido por uno de los hermanos:
Génesis 4:3-5
“Y aconteció, andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una presente al SEÑOR. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas y de su grosura. Y miró el SEÑOR a Abel y a su presente; y a Caín y a su presente no miró. Y se ensañó Caín en gran manera y decayó su semblante.”
El reino vegetal simboliza la ruptura del ser humano con Dios, al ser utilizado por Adán y Eva para cubrir su transgresión al orden creado. Las hojas de higuera fueron, por decirlo de alguna manera, la armadura que se fabricaron para enfrentar su nueva y distópica realidad.
El Creador reemplaza las hojas de higuera (que significan la independencia del hombre) por túnicas fabricadas por Él con pieles (que significan el deseo de mantener una conexión espiritual), porque sabe que la humanidad se perdería en el laberinto de la razón y la lógica, como les ocurrió a ellos (Adán y Eva) ante la habilidad verbal de la serpiente. Este lazo espiritual impediría (a través del recuerdo) que el hombre se desviara nuevamente y viviera una existencia vacía.
El lenguaje es importante para Adán y Eva porque es dado por Dios. Es lo que los hace semejantes a su Creador. En un principio, el lenguaje abarcaba el universo y todo era entendido desde la dimensión espiritual, desde la conexión divina impregnada en la palabra. Al cambiar la realidad, el lenguaje pierde su potencia y disminuye su alcance. Ahora son ellos (Adán y Eva) los que dan el lenguaje a su simiente. Un lenguaje rudimentario, básico, sin las complejidades y la universalidad del original.
Caín y Abel crecen escuchando el relato de lo ocurrido. Para Caín, que está fuertemente ligado a la tierra, estas narraciones son ficción; para él, lo verdadero es la realidad con la que se choca diariamente. Dios es ese otro que no es él y que lo supera de modo infinito. La realidad divina no está presente. Para él, solo existe el lenguaje que heredó de sus padres y la lógica contenida en él, su estructura gramatical y su sintaxis… Interpreta su existencia como lo que es: limitada e incompleta. Nada le pertenece, porque hasta el lenguaje le fue entregado, ni siquiera su nombre le pertenece, porque fue dado por sus padres. Caín descubre de este modo que nada está bajo su control, porque hasta las reglas para vivir le fueron enseñadas. Surge la primera crisis de identidad, es decir, la primera crisis existencial, que lo impulsa a crear su propio pensamiento y su propia forma de relacionarse con el mundo.
Con Abel, las cosas fueron diferentes. Él captura la esencia espiritual contenida en el relato y se dispone a establecer el nexo con el Creador. Entiende que la realidad que vive es un pálido reflejo de la verdad. Decide enlazarse a la realidad espiritual que conectó a sus padres con Dios, para darle un significado más grande a su existencia. Para Abel, la cadena que ata al ser humano con el Padre Eterno no estaba rota aún… permanecía el vínculo con Dios. Para reafirmar la unión del ser humano con Dios, se crea el ritual de la ofrenda, para recrear el día en que el ser humano perdió su dimensión espiritual, y el Creador vino a su rescate. El ritual recuerda la disposición del hombre de construir una identidad ligada a Él.
Los presentes ofrecidos al Creador en el ritual, por Caín y Abel, reflejaban su pensamiento. Abel ofrece del fruto de su trabajo: ovejas, que representan el sacrificio que inicialmente hace Dios para confeccionar con pieles las túnicas de sus padres, es decir, que afirmaba, con su presente, que no renunciaría a su vínculo espiritual con el Creador.
Por su parte, Caín ofrece del fruto de la tierra (representa la higuera), afirmando en su regalo su disposición de enfrentar el mundo con su pensamiento. Entiende que la realidad que vive es tan ajena a su Creador como lo es el Creador para él. Decide enfrentar el mundo con sus propias herramientas, porque la verdad contenida en Dios es inalcanzable; por lo tanto, establecer un nexo con Él sería inútil. El mundo carece de sentido (a pesar de su desarrollo en esta etapa de la historia humana) y él está dispuesto a salir del vacío que significa su existencia, creando significados propios. Caín no desconoce la existencia de Dios, pero siente que puede desenvolverse en el mundo sin la presencia de Él.
Génesis 4:6-7
“Entonces el Señor dijo a Caín: ¿Por qué te has ensañado y por qué se ha inmutado tu rostro? Cierto que,
si bien hicieres, será acepto; y si no hicieres bien, a las puertas duerme el pecado, y a ti será su deseo, mas debes enseñorearte de él.”
La mente de Caín se llena de ira y en ese escenario se libra una lucha desesperada por obtener el reconocimiento que su hermano tiene. En medio de la rebeldía, la ira y el deseo, las palabras del Creador pierden sentido. Atormentado porque su visión del mundo no es aprobada por Dios, ve en su hermano un rival que hay que destruir. Caín quiere de forma imperativa demostrar que él puede reconstruir el paraíso perdido… es decir, que quiere recuperar lo que nunca tuvo, con su propio esfuerzo, y de este modo llegar a la presencia de Dios. Ahora está desorientado; su ambición lo ha cegado, su mente está nublada y nuevamente la sensación de vacío lo invade… sin embargo, cree que la arquitectura ideológica creada por su razón es posible y que su hermano es el obstáculo para llegar a Dios por sus propios medios.
Caín y Abel simbolizan a la humanidad, y el esquema del que habla Heidegger se ajusta a estas dos representaciones: el ser auténtico y el inauténtico. El ser auténtico contempla y desarrolla todas las dimensiones contenidas en él y entiende que la vida le ofrece una multitud de posibilidades, pero la única posibilidad contenida en todas esas posibilidades es la muerte… esa es una realidad de la que no puede escapar. Es consciente de sus limitaciones y busca la conexión espiritual, logrando un propósito para su existencia.
El ser inauténtico se pierde en los laberintos de la razón y las ideologías, se enajena de su existencia. No piensa en lo inminente de la muerte. Proyecta en su mente una imagen de sí mismo (como mirándose en un espejo) que no corresponde a la realidad… sabe que no es la real… se percibe como un ser completo. Vive una vida vacía, engañándose y se encamina en busca de la verdad, sin encontrar nunca ese objeto de su deseo. Busca desesperadamente un sentido para su existencia, pero no lo consigue. Busca su libertad, pero está prisionero en el laberinto de su lógica.
Caín no atiende el consejo de Dios y, en lugar de controlar sus emociones, las libera. No tiene la capacidad de controlar su turbación y, aun así, cree que puede controlar el mundo; la imagen que proyecta en su mente de sí mismo es errónea, pero no renuncia a ella. No vislumbra el abismo del pecado, pero el abismo lo observa y viene a él girando velozmente y lo absorbe a la más profunda oscuridad… no puede escapar de esa fuerza.
Génesis 4:8
“Y habló Caín a su hermano Abel, y aconteció que, estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel y le mató.”
Caín acaba con lo que representa para él la resistencia a su rebeldía. Su soberbia era tan grande que el impulso que lo dominó aún lo gobernaba. Una sensación de libertad lo invadió; su camino estaba despejado. La imagen que tiene de sí mismo se agiganta, pero no es la real. Nada podrá detenerlo (piensa); nadie le dirá lo que debe hacer… él marcará el rumbo de su destino.
Génesis 4:9-11
“Y el Señor dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé; soy yo guarda de mi hermano. Y Él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra que abrió su boca para recibir la sangre de tu hermano de tu mano. Cuando labrares la tierra, no te volverá a dar su fuerza; fugitivo y vagabundo serás en la tierra.”
Ante la pregunta que le hace Dios, él responde con mentira y altanería… como si fuera igual a Él. Su autopercepción lo domina; tomar la vida de su hermano le da la falsa percepción de poder. Su soberbia aún lo desborda.
Dios actúa como su conciencia y le informa de la gravedad del acto cometido por él y le recuerda que nada está oculto ante sus ojos. A pesar de su transgresión y rebelión Dios decidió proteger a Caín, es decir, lo juzga, haciéndole entender que toda decisión tiene una consecuencia. La desgracia ahora será una compañera presente en su vida. Liberarse del obstáculo se convierte en una carga pesada para él… Aparece la angustia. Caín no da muestras de arrepentimiento por el acto cometido; su ego no le permite reconocer su error… su maldad. Su angustia no surge del arrepentimiento por el acto cometido, sino por el destino que le espera.
La libertad se convierte en opciones y estas nos obligan a tomar decisiones, y tomar decisiones tiene un costo… la vida se hace más difícil. El hombre se llena de angustia. Cuando el ser humano toma su libertad, realmente no sabe qué hacer con ella. El ser humano está condenado a ser solo un proyecto; siempre será incompleto, hasta que comprenda que es el vínculo con Dios el que puede liberarlo de un mundo caótico. Pero eso, pocos lo entienden.
-Por José P. Sánchez