JUGANDO A SER DIOS
“Padre, por favor, revélate a mi esposo, a mis hijos, a mis padres, a mis hermanos, a todos a mi alrededor”. Esta fue mi oración por muchos años, sin embargo, me tomaba más tiempo salir de mi lugar de oración que tomar acciones sobre la vida de quienes me lo permitían.
¡Sentía el peso del mundo en mi espalda!, Si se trataba de mi hogar, me aseguraba que todo funcionara «perfectamente». No le permitía vivir a mi esposo sus propias luchas y salir victorioso de ellas. En cada batalla que él enfrentaba yo aparecía como Súperwoman para resolverlo todo y ayudarle a sentirse bien. ¡No soportaba verlo triste o aburrido! De manera que, en lugar de esperar y confiar en Dios, hacia todo lo posible por llegar al fondo del asunto y ayudarle a resolver lo que fuera que le hiciera daño, sin permitirle a él mismo ir a los brazos del Padre a buscar consuelo y guía.
Cuando se trataba de mi familia, pretendía resolver todo. De alguna manera, los frutos del respaldo de Dios a mi vida me habían hecho presa de una necesidad desbordada por ayudar a todos y resolverlo todo. Pasaba mucho tiempo pensando cómo arreglar los asuntos para que todos fueran felices. Inconscientemente anulaba los roles de mis padres y mis hermanos mientras ellos se sentían ahogados por mí «amor».
Intentaba arreglar todos los problemas de mis amigas. Algunas permitían que me metiera hasta las fibras más delicadas de sus corazones, otras se enojaban y me pedían que simplemente las escuchara. Me quedaba tan difícil escucharlas y secar sus lágrimas sin querer resolver todo por ellas o aconsejarlas. Como profesional, no era la excepción. Trabajaba para una de las empresas más grandes del país y me sentía responsable de sacarla a flote en su proceso de quiebra.
¡Por supuesto, colapsé! Un diagnóstico de fibromialgia me llevó a la cama por más de 10 días. Mi cuerpo me obligaba a parar, a soltar y a entender que cada uno tiene su proceso, y que, en mi afán de “ayudar a todos”, estaba llevando mi vida al límite, lejos de la voluntad perfecta de Dios para mi vida.
¡En medio de mi recuperación, Dios me habló de una manera particular! ¡Me vi discutiendo con mi perro porque quería lamerme la cara y acariciarme y yo solo quería consentirlo! Dios me dijo: “No sabes recibir, no permites ni al perro hacer su trabajo” El perro estaba cuidándome en mi incapacidad, Dios me mostró como me lo regalaron para alegrarme y acompañarme y yo no sabía recibir el amor más desinteresado y fiel de su creación.
Es verdad que las mujeres nacimos con un corazón que da sin esperar recibir, sin embargo, en ocasiones creemos que amar significa resolver la vida de las personas para que nadie a nuestro alrededor sufra. Mientras los vemos una y otra vez en el mismo lugar, lidiando con lo mismo, mientras corremos a buscar la capa de heroína.
¡Eso no significa tener un corazón compasivo! En realidad, esa necesidad de dar sin permitir a otros vivir su proceso refleja un corazón lleno de temor. Un corazón que no abandona sus cargas en Dios. Un corazón que no confía lo suficiente para dejar a cada uno hacer su trabajo. Un corazón que probablemente necesita sentir que agrada a los otros con TODO lo que hace. Un corazón que, en el fondo, siente que no merece recibir más de lo que da.
¡Poco a poco fui renunciando a los roles que yo misma me había inventado. Mis papás nuevamente fueron mis papás y los papás de mis hermanos. Dejé de sentirme y de creer que todos eran mi responsabilidad. Mi esposo ascendió a la posición de liderazgo que Dios le dio en nuestro hogar y brilla con su propia luz en todos sus roles. Mis amigas me nutren de amor, de risas, de consejos y por fin mis relaciones son bidireccionales. En mi trabajo entendí que mi equipo no necesita crecer a mi ritmo, sino al ritmo que cada uno puede y quiere hacerlo. La compañía para la que trabajaba afrontó un proceso de reorganización y Dios abrió otra puerta en un lugar maravilloso para mí. Sin embargo, nunca voy a olvidar como mi jefe de ese entonces me hizo saber que ella estaba para respaldarme, que la compañía no era mi responsabilidad, que su trabajo era hacer eso yo no podía hacer, fue tan especial e inolvidable porque esa es justo la invitación de Dios para todos.
¡Dios es Dios y quiere que le permitamos hacer su trabajo! No podemos ir por la vida intentando ocupar el puesto a Dios en la vida de las personas que amamos. Dios quiere menos estrés y más fe, menos preocupación y más oración. Dios quiere que aprendamos a recibir de Él y de las personas que ha puesto a nuestro alrededor para bendecirnos.
¡Él quiere vernos llenas de vida en lugar de desgastadas y malhumoradas por la cantidad de roles que nos inventamos! Dios está esperando que vayamos a Él a decirle todo lo que nos duele, nos preocupa y necesitamos.
¡Él dice en el Salmo 46:5 «Dios está en medio de ella y la sostendrá, Dios la ayudará a comenzar el día» te invito a escribir este versículo en un lugar visible que te permita recordar cada mañana que los brazos grandes y fuertes de papá Dios están esperando por ti y los tuyos!
Andrea Aldana
Speaker & Writer
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