¿Cómo asimilar la transición de la escuela a la Universidad? Los retos, desafíos y rupturas que esto presenta.
La mayoría de los niños se involucran en su educación inicial con la enérgica compañía de sus padres, quienes suelen llenar esta etapa de juegos y cánticos, haciendo que sea la más divertida. Es común ver cuartos infantiles repletos de juguetes didácticos con números, letras y sonidos. Las jugueterías están llenas de herramientas pedagógicas que facilitan el aprendizaje inicial.
Los padres, ilusionados con esta etapa de la vida de sus hijos, se involucran activamente en la enseñanza. A medida que los niños crecen, los padres se convierten en los mayores promotores de sus victorias. Cuando los niños realizan presentaciones en la escuela sobre sus talentos, los padres son los primeros en estar en la fila, apoyando con vítores y aplausos.
Cada niño que crece en un ambiente sano y con apoyo familiar experimenta el desarrollo de sus habilidades de la mano de sus padres. Así mismo como los padres asisten a las presentaciones de sus hijos, también están presentes cuando enfrentan dificultades, ya que la institución los involucra tanto en los momentos altos como bajos de la vida académica. Las victorias y fracasos en la vida escolar se comparten con ellos, facilitando el proceso.
Cuando los jóvenes se gradúan de sus escuelas, los padres publican fotos de sus chicos con toga y birrete acompañadas de largos discursos deseándoles lo mejor. Sin embargo, el paso del colegio a la universidad representa una ruptura en varias áreas de la vida y personalidad de estos jóvenes.
La primera ruptura es con los compañeros de clase. El joven puedo haber estudiado durante diez o doce años con los mismos compañeros, y el primer desafío es reconocerse a sí mismo en un nuevo entorno sin sus antiguos amigos. Debe formar un nuevo equipo de trabajo, que probablemente cambiará cada semestre, ya que en la mayoría de las facultades hay cursos o electivas en los que no se coincide siempre con los mismos compañeros. Este desafío de reconocerse como individuo es fundamental. Si se supera de manera saludable, el joven aprenderá a conocer sus cualidades y habilidades, elevando su autoestima al reconocerse capaz de crecer incluso sin la compañía de personas que él aprecia.
La segunda ruptura es con las autoridades que antes lo acompañaban en su aprendizaje. En la universidad, los docentes guían el proceso, pero no se involucran de la misma manera que en las escuelas. La autodisciplina, la autogestión y la independencia son los nuevos desafíos. Si un estudiante falta a clases en la universidad, no es responsabilidad del docente, sino del estudiante. Un joven que no aprendió autodisciplina en la escuela puede enfrentar mayores dificultades en la universidad. Además, los padres, que antes estaban muy involucrados, ahora consideran que el joven ya no necesita supervisión constante. Si bien el crecimiento implica menos supervisión, es crucial que el joven siga sintiéndose acompañado y valorado por su familia en esta etapa de asimilación.
La tercera ruptura es con la propia personalidad. La universidad es como una red social donde cada persona tiene un perfil único. Cada compañero es como un «feed” lleno cada uno de contenido variado. Por el contrario, en la escuela se estudia normalmente con personas cercanas social y geográficamente, pero en la universidad se interactúa con personas de diferentes clases sociales, países, géneros y etapas de la vida. Un joven de dieciséis o diecisiete años puede estudiar junto a una madre soltera con tres hijos o con un compañero desplazado que hoy estudia gracias a una beca, mientras otro tiene la capacidad financiera para pagar dicha universidad de élite. Esta interacción es única y valiosa porque permite al joven conocerse mejor a sí mismo y entender quién es, pero también quién no es.
La universidad es una mezcla infinita de personalidades que se pueden imitar o desafiar. Sin embargo, hay una sola carta que precede a la libertad: la libertad de escoger quién es, quién se quiere ser y quién ya no se quiere ser, basándose en su propia elección y no en la presión del grupo.
Finalmente, la cuarta ruptura es la espiritual, en cuanto a la moral y los principios. Algunos jóvenes cristianos, que han sido criados en la fe desde pequeños (U otros que no lo son pero han sido criados en fuertes principios éticos) llegan a la universidad con una firme decisión de seguir sus bases familiares. Sin embargo, como decía Pablo, quien crea estar firme debe tener cuidado de no caer (1 Corintios 10:12).
Creer que un joven cristiano tiene ventaja solo por su fe inicial es ingenuo. La idea es que, al iniciar la carrera universitaria, el joven entienda que no se gana dicha carrera con rapidez, sino con cautela, pidiendo sabiduría en cada decisión. Las malas compañías pueden corromper las buenas costumbres dice Pablo (1 corintios 15:33), y las nuevas amistades en la universidad pueden llevar a alejarse de los principios de manera sutil.
La estrategia eficaz de Satanás es la sutileza; este joven «primíparo» no se levantará un día y dirá “Traicionaré mi fe y ahora seré drogadicto”, pero puede sembrar pensamientos como “No quieras parecer religioso”, “Necesitas estas amistades para tus estudios” o “Te estás perdiendo una buena etapa de la vida si no vas a este plan”. Aunque, en realidad, este joven no se está perdiendo de nada y más bien son sus compañeros los que se están perdiendo del fuego y poder que en él habita.
Siendo así, un joven que antes se alarmaba por temas como drogas, laceración o prostitución comienza a normalizarlos al interactuar constantemente con quienes los practican, se requiere sabiduría para reconocer cuándo se está apartando del camino. Aún más, se necesita coraje y valentía para mantenerse firme en entornos de tibieza y superficialidad.
Un joven cristiano puede elegir una universidad cristiana y encontrar amigos con propósito, pero un hijo de Dios que entra en una universidad no cristiana tiene la responsabilidad de ser un faro de luz en medio de las tinieblas. La radicalidad no es callar por miedo a perder aceptación, ni omitir la creencia para ganar amistades. Aunque sus ideales sean desafiados, su llamado es levantarse y hacer que su voz sea una trompeta que anuncia el final de los tiempos.
La Biblia dice que seguir a Jesús traerá persecución, y es cierto que el joven aplaudido en la escuela puede enfrentar rechazo en la universidad. Si no sabe cómo lidiar con esto, no quiere decir que sea débil en su fe o que esta no sea genuina; solo necesitará crecer en madurez para, una vez superado el rechazo, seguir extendiendo las ideas de Jesús con libertad, como lo hacía previamente. Este punto es relevante porque las obras de Satanás avanzan en el silencio de los cristianos temerosos del rechazo.
La universidad es espiritualmente un tiempo de pérdida: se perderán amigos que rechazan la fe, planes que no se ajustan a los principios y favoritismo entre los docentes que van en contra de las creencias. Pero todas estas pérdidas se consideran como basura en comparación con lo que se gana espiritualmente. Un joven que sale victorioso de la universidad, habiendo sido fiel a sí mismo, a Dios y a sus principios, ganará una autoridad legítima que solo se obtiene después de haber sido tentado y haber salido victorioso.
Al llegar el día de la graduación, entenderá que todo lo que se perdió ahora es ganancia para el reino. Cada compañero y profesor con el que compartió ahora puede ser ganado para Dios por medio de su templanza y ejemplo. En ese momento, habiendo culminado la carrera y recibido el título profesional soñado, el joven entenderá que la mayor titulación no son las recibidas aquí en la tierra. Que cada hijo de Dios tendrá en la eternidad una ceremonia celestial, con un título de hijo y una corona de vida.
Mientras tanto, aquí en la tierra, yo espero que cada joven cristiano pueda llegar al día de la graduación y pueda decir con satisfacción:
‘He peleado la buena batalla, he terminado la carrera y he permanecido fiel. ‘
2 Timoteo 4:7
– Por María Fortich