¿Quieres ser sano?
Esta fue la pregunta que Dios le hizo al paralítico de Betesda, y es la misma que Él nos hace a ti y a mí constantemente cuando ve nuestro dolor.
Es como si Dios, viendo nuestras ataduras y necesidades evidentes, nos cuestionara internamente diciéndonos:
«Hey, sé que esa área de tu vida está enferma, pero… ¿De verdad quieres mejorar tu relación de pareja? ¿De verdad quieres dejar ese mal hábito? ¿De verdad quieres perdonar a esa persona? ¿De verdad quieres mejorar tu salud? ¿De verdad quieres emprender? ¿De verdad quieres cambiar la forma como hablas? ¿De verdad quieres dejar de mentir?»
Leamos juntos: Juan 5: 5-18.
…Y había allí un hombre que hacía 38 años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: “¿Quieres ser sano?” Señor, le respondió el enfermo, no tengo quién me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo. Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda.
La sola pregunta suena hasta irreverente y grosera cuando está dirigida a un hombre que lleva 38 años en un estanque esperando un milagro; parece no tener sentido. Pero constantemente me doy cuenta de que Jesús, el hijo de Dios, es experto en hacer preguntas que pueden ofender nuestro intelecto, pero que están perfectamente diseñadas para revelar nuestro corazón. Y así, exponer lo oculto que está dañándonos, pero ni siquiera sabemos reconocerlo con claridad. Podría ser el rencor, la victimización, la pereza, el miedo, etc. Pero …
¡Jesús sabe que no todos los enfermos físicos o emocionales quieren sanarse!
¡Él sabe que no todos los que estamos estancados en la vida queremos salir del estancamiento!
He dado consejería por más de 20 años, y puedo dar testimonio de que no siempre las lágrimas en los ojos significan cambios en el corazón. Hay veces que solo buscamos una palabra de Dios que nos consuele, un alivio de su parte, un milagro instantáneo, pero si obtenerlo involucra tener que cambiar algo en nuestras vidas que no estamos dispuestos a hacer, perdemos interés en la respuesta.
¿Sabes? La verdad que no queremos escuchar es que a veces solo buscamos doctores, psicólogos, líderes espirituales, o vamos a la iglesia porque en realidad queremos aliados de nuestro dolor, gente que se compadezca de nosotros, una aspirina que merme el dolor momentáneamente. Y en cuanto ese dolor pasa o vemos una mínima respuesta de Dios nos alejamos creyendo que ya podemos solos.
No buscábamos a Dios, buscábamos su mano, y entonces caemos una y otra vez en los mismos huecos, los mismos desánimos, los mismos dolores, llevándonos a vivir la vida con la inestabilidad de una montaña rusa como lo dice Santiago 1:8 «El hombre de doble animo es inconstante en todos sus caminos.”
Tal vez puedes amanecer con una fe que mueve montañas, pero irte a la cama con un desánimo que carcome los huesos y esta es una señal de que nuestra fuente de confianza es humana, no divina.
Jesús sabe que no todo el mundo quiere ser sano. No todos quieren salir de sus «estanques», y la pregunta es:
¿POR QUÉ? ¿Por qué la condición humana nos mantiene atados a los lugares más turbios de la vida?
La respuesta es sencilla: porque la mediocridad es cómoda. Ahí en los «estanques», también uno encuentra su lugar, no el mejor, pero si uno donde te acostumbraste a vivir y de donde ya no sabes cómo sacar a tu mente.
«Bueno, no es lo que pedí, pero me hace sentir bien»
«No me llena mi trabajo, no se hacía dónde voy, pero pues prefiero no arriesgar lo que tengo»
«Sé que esto no me hace bien, pero al final no es tan grave, no estoy haciendo daño a nadie».
Y nos repetimos frases como éstas que rondan constantemente en nuestra mente, demostrándonos que a veces la naturaleza humana prefiere la comodidad del estancamiento antes que la incomodidad de tomar decisiones que pueden cambiar nuestras vidas.
Amigos, no podemos pasar la vida entera abrazando nuestras penas y anclando nuestra identidad a ellas, hasta que un día no sepamos cómo definirnos sin ese dolor.
Así que, si hay situaciones en tu vida con las que llevas años atado o atada, quiero decirte que SI puedes cambiar. La pregunta es: ¿Quieres hacerlo? ¿Quieres cambiar?
Te tengo buenas noticias. Si tú, como yo, eres un creyente de Jesucristo, quiero recordarte que Dios nos ha dado TODO el poder en su Espíritu Santo para cambiar, y Él nos ama tanto que, por amor, muchas veces nos permitirá vivir las consecuencias de nuestro estancamiento.
Si, sí puedes cambiar y hacer que el placer momentáneo que ya conoces no siga superando el anhelo de tu libertad. Recuerda que los demonios tienen autoridad solo en las áreas de desobediencia en nuestras vidas, pero en cuanto empezamos a obedecer, le quitamos toda autoridad y derecho de piso.
Entonces, ¡¿Que esperas?! Levántate, toma tu lecho, y anda.
– Carolina Carvajal