No es muy natural comenzar un ensayo sobre algún tema anexando parte de las sagradas escrituras que tanto católicos, como judíos, y aún musulmanes enarbolan como la palabra de Dios.
Pero no deja de inquietar el contenido de estos escritos que se refieren a actos considerados prohibidos e inmorales, que van contra la naturaleza humana.
Estas escrituras entonces nacían una lista de acciones inmorales consideradas perversas, pero lo que realmente me llama la atención es la parte que aduce que la tierra vomitará a los que lo practiquen.
Me remonto así a varios acontecimientos históricos de pueblos que practicaban tales cosas y que desaparecieron de la faz de la tierra, incluso unos literalmente fueron vomitados, como el caso de Pompeya, tierra perversa y promiscua que rendía culto al homosexualismo y otras de estas prácticas.
No pretendo hacer un texto espiritual al respecto, ni tampoco místico o agorero; solo pretendo encontrar una relación entre el homosexualismo y otras prácticas similares y el fin de las sociedades, sea de manera literal por medio de catástrofes, o sea netamente un final moral y ético.
Quiero aclarar que al hablar de homosexualismo me refiero a la práctica genital de personas de un mismo género y no a la simple tendencia o atracción de estos.
La gravedad de este asunto es cuando estas personas pretenden universalizar sus “costumbres antinaturales” y hacerlas legales y aceptadas por una sociedad.
Es supremamente grave que una minoría pretenda obligar a las mayorías a aceptar sus perversiones.
Esto es antinatural, antimoral, y peor aún, atenta contra la base primordial de toda sociedad, la cual es la familia.
La advertencia bíblica: Levítico 18 y la ley moral de Dios
El capítulo 18 del libro de Levítico es uno de los textos más contundentes sobre la pureza moral y sexual. Allí Dios no solo establece los límites del comportamiento humano, sino que explica las consecuencias espirituales y naturales de violarlos.
“No haréis como hacen en la tierra de Egipto, en la cual morasteis, ni haréis como hacen en la tierra de Canaán, adonde yo os conduzco… No contaminaréis la tierra, porque la tierra se contaminó; y yo visitaré su maldad sobre ella, y la tierra vomitará a sus moradores”
— Levítico 18:3, 25
La expresión “la tierra vomitará” no es una figura poética, sino una metáfora de juicio divino natural: cuando el pecado sexual, la idolatría y la violencia alcanzan niveles de impunidad, la misma creación se revuelve contra el hombre.
Este principio no solo fue espiritual sino histórico. Las civilizaciones que adoptaron la inmoralidad como cultura —desde Sodoma y Gomorra hasta el Imperio Romano, pasando por Pompeya— fueron testigos de su propia destrucción. La historia no se repite por casualidad, sino porque la naturaleza moral del universo es constante.
La degradación moral como antesala de la ruina
Cada sociedad que ha normalizado lo antinatural ha terminado por destruir su propia estructura interna.
La familia, creada por Dios como núcleo de estabilidad, comienza a desmoronarse cuando se redefine el matrimonio, se trivializa la sexualidad y se pervierte el sentido de identidad.
El apóstol Pablo lo explica claramente en Romanos 1:26–28:
“Dios los entregó a pasiones vergonzosas… y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros… recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío.”
Aquí no se habla de condena emocional sino de consecuencia espiritual: el ser humano que rechaza el diseño divino termina esclavo de sus propias pasiones. Y cuando una cultura entera abraza esa rebelión, su juicio es inevitable.
La trampa de la tolerancia y el relativismo
En nombre de la “tolerancia” moderna, se nos pide aceptar lo que Dios llama abominación.
Pero cuando una sociedad cambia los términos del bien y del mal, la justicia se vuelve injusticia y la libertad se transforma en libertinaje.
“¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo!” — Isaías 5:20
El cristiano debe amar a toda persona —eso incluye al homosexual, al adicto, al ateo—, pero amar no significa aprobar el pecado.
Jesús amó a la mujer adúltera, pero le dijo: “Vete, y no peques más” (Juan 8:11).
Amor sin verdad no es amor, es complicidad.
La evidencia histórica y moral
Pompeya es un símbolo trágico de lo que ocurre cuando la depravación se institucionaliza. Los frescos hallados en sus ruinas muestran una sociedad obsesionada con el placer, la sexualidad sin límites y el culto al cuerpo.
Cuando el monte Vesubio erupcionó, todo fue destruido en minutos: una tierra literalmente vomitando su inmundicia.
De igual manera, los imperios que alcanzan la cúspide de la riqueza y la tecnología, pero pierden su brújula moral, comienzan a derrumbarse desde dentro.
El pecado no destruye de golpe; corroe lentamente los cimientos éticos, hasta que la caída es inevitable.
Una advertencia para nuestra generación
La sociedad actual se encuentra en una encrucijada similar. Se celebra lo prohibido, se ridiculiza la santidad, y se llama “retrógrado” a quien defiende la familia.
Pero la verdad bíblica no cambia con las modas ni con los decretos humanos.
Si la familia se desmorona, la nación se desploma.
Y si la moral se desvanece, la tierra vuelve a vomitar lo que la contamina.
“Si mi pueblo se humillaré… y se apartaré de sus malos caminos, entonces yo oiré desde los cielos, perdonaré sus pecados y sanaré su tierra.”
— 2 Crónicas 7:14
Conclusión: la única salida es volver al diseño divino
El mensaje de Levítico 18 no es solo juicio, sino un llamado urgente al arrepentimiento.
El pecado tiene consecuencias, pero la gracia de Cristo tiene poder para redimir.
Una sociedad no se destruye cuando peca, sino cuando ya no se arrepiente.
El Evangelio sigue siendo la única esperanza: Jesús restaura lo que el pecado corrompe, limpia lo que el mundo ensucia y devuelve propósito donde antes solo había confusión.
“Bienaventurada la nación cuyo Dios es Jehová.” — Salmo 33:12
TIEMPOS DE CRISTO 2025.

