“Ustedes den a cada uno lo que le deben: paguen los impuestos y demás aranceles a quien corresponda, y den respeto y honra a los que están en autoridad.”
Romanos 13:7 NTV
La escena es muy común en muchas iglesias; un empresario importante o un miembro del gobierno son ubicados en lugares de «honor» durante el servicio. El resto de la congregación mira expectante, unos se molestan y ofenden, otros simplemente sienten curiosidad, otros no le prestan atención y algunos exigen igual trato diciendo que en la Iglesia hay discriminación.
El texto bíblico anterior nos deja claro que hay personas que deben ser tratadas de acuerdo a su autoridad con honra y esta es pues una manera de honrarlos. Eso no apunta en ningún momento a preferencia, sino a honra, viene siendo como un reconocimiento a esas personas que Dios ha puesto en lugares de eminencia y que de una u otra manera contribuyen al bienestar de todos, incluso de la comunidad.
Ahí lo dice, no es invento, si debe existir un trato «preferencial» para ellos, y como Iglesia debemos evitar espiritualizar este tema; se trata meramente de algo políticamente correcto.
Hasta ahí todo está muy bien, lo que si está mal es que muchas veces estos eminentes personajes, a pesar de que reciben honra y un trato especial comienzan a confundir esto con intereses propios, vanidad, vanagloria o simple orgullo. De esta manera caen en familiaridad, confianza o peor falta de fe al sentirse de tú a tú con las autoridades espirituales. Por eso después de esta introducción enfocaremos el artículo en aquellos hombres bendecidos por Dios que están en eminencia de una u otra manera. Si eres uno de ellos seguro que este contenido te servirá de gran bendición.
EL PROBLEMA.
En un mundo donde el estatus, el poder y la riqueza a menudo se elevan como los máximos distintivos, es fácil caer en la trampa de sentirnos superiores. Nos medimos por nuestros logros, nuestra posición social o nuestras posesiones materiales. Sin embargo, la historia nos enseña que la verdadera grandeza a menudo reside en la humildad y el honor, cualidades que trascienden cualquier rango o fortuna. La Biblia, en particular, nos ofrece ejemplos conmovedores de personas influyentes que, a pesar de su elevado estatus, demostraron una asombrosa humildad y un profundo respeto. Sus vidas son un espejo que nos invita a reflexionar sobre nuestra propia actitud.
José de Arimatea: El coraje de un hombre influyente.
Imagina ser un miembro respetado del Sanedrín, el consejo judío, con una posición de autoridad y riqueza. Este era José de Arimatea, un hombre bueno y justo, y también un discípulo secreto de Jesús (Lucas 23:50-51). Su estatus le daba influencia, pero también lo exponía a un gran riesgo al asociarse con un «criminal» crucificado.
Tras la muerte de Jesús, mientras muchos de sus seguidores se dispersaron por miedo, José de Arimatea se armó de valor. Fue directamente ante Pilato, el gobernador romano, y pidió el cuerpo de Jesús para darle una sepultura digna (Marcos 15:43). Este acto era inaudito y potencialmente humillante para alguien de su posición. No solo implicaba asociarse públicamente con un condenado a muerte, sino también un acto de profunda humildad al encargarse personalmente de un cuerpo deshonrado.
Su acción no buscaba reconocimiento, sino honrar a Jesús incluso en la muerte. Nos recuerda que la verdadera lealtad y el respeto a veces exigen que dejemos de lado nuestro orgullo y tomemos acciones que parecen pequeñas o arriesgadas a los ojos del mundo.
El centurión romano: Una fe que asombró a Jesús.
Otro ejemplo impactante lo encontramos en un centurión romano, un oficial militar con autoridad sobre cien soldados (Mateo 8:5-13). Los centuriones eran figuras de poder, acostumbrados a dar órdenes y a ser obedecidos. Sin embargo, cuando su siervo enfermó gravemente, este centurión, un gentil, no dudó en acercarse a Jesús.
Lo que asombra no es solo que buscara ayuda en un predicador judío, sino la humildad con la que lo hizo. En lugar de exigir, reconoció su propia indignidad y la autoridad suprema de Jesús. Famosamente dijo: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi siervo sanará» (Mateo 8:8).
Esta declaración dejó a Jesús asombrado. Él mismo afirmó: «De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe» (Mateo 8:10). La fe del centurión, desprovista de orgullo o pretensión, fue recompensada de inmediato, y su siervo sanó en el mismo instante. Su historia nos enseña que la fe genuina a menudo florece en la tierra fértil de la humildad, sin importar el estatus social o las barreras culturales.
Naamán, el comandante leproso: La sanación a través de la obediencia humilde.
El tercer personaje en esta galería de honor es Naamán, un general sirio poderoso y respetado, pero afligido por la lepra, una enfermedad devastadora en aquella época (2 Reyes 5:1-14). Desesperado por una cura, y siguiendo el consejo de una joven esclava israelita, Naamán viajó a Israel para ver al profeta Eliseo.
Llegó con gran pompa y expectativas de un gran ritual por parte del profeta. Sin embargo, Eliseo simplemente le envió un mensaje: «Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio» (2 Reyes 5:10). Naamán se ofendió profundamente. Su orgullo no podía aceptar una instrucción tan simple y, a su juicio, humillante. ¿Cómo un río tan insignificante como el Jordán podría curar a un hombre tan importante como él? «¿Acaso no hay ríos mejores en Siria?», exclamó.
Fue la persuasión de sus propios siervos lo que lo hizo recapacitar: «Si el profeta te hubiera mandado algo grande, ¿no lo habrías hecho? ¡Cuánto más ahora, que solo te ha dicho:! ‘Lávate, y serás limpio’!» (2 Reyes 5:13). Finalmente, Naamán se tragó su orgullo, se sumergió siete veces en el Jordán, y su carne se volvió como la de un niño, quedando completamente limpio.
Su curación no fue producto de su estatus o de algún ritual grandioso, sino de su obediencia humilde a una instrucción que inicialmente consideró por debajo de su dignidad. La lección es clara: la verdadera liberación y bendición a menudo se encuentran al dejar de lado nuestro orgullo y someternos a la dirección, incluso cuando parece insignificante o va en contra de nuestras expectativas.
Un llamado a la humildad y la sencillez.
Las historias de José de Arimatea, el centurión romano y Naamán, hombres de alto rango y reconocimiento, nos desafían a todos. Nos recuerdan que la verdadera grandeza no reside en nuestra posición, riqueza o influencia, sino en nuestra capacidad de humillarnos, de reconocer nuestra necesidad y de honrar a Dios y a los demás sin importar las circunstancias.
Jesús mismo nos dio el mayor ejemplo de humildad. Siendo Dios, se hizo hombre y sirvió a la humanidad hasta el sacrificio máximo. Él nos enseñó: «Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido» (Lucas 14:11).
Que estas historias nos inspiren a examinar nuestros propios corazones. ¿Qué barreras de orgullo, Familiaridad con Pastores, o estatus nos impiden amar de verdad, servir con humildad o confiar plenamente en el plan divino?
Te invitamos a cultivar un espíritu de humildad y sencillez, como Jesús y estos hombres valientes. Al hacerlo, descubrirás que la verdadera dignidad y la paz interior no se encuentran en la superioridad, sino en un corazón humilde y un espíritu dispuesto a servir.
No exijas, no pidas, no esperes ser tratado con «especialidad» pues en el cielo y la tierra no hay ni uno solo digno, ni especial, sino solo Él.
“Entonces vi a un ángel poderoso, gritando a gran voz: “¿Quién es digno de abrir el rollo y romper sus sellos?” Y nadie en el cielo, ni en la tierra, ni debajo de la tierra era capaz de abrir el rollo y leerlo. Lloré mucho porque no podían hallar a nadie que fuera digno de abrir el libro y leerlo. Entonces uno de los ancianos me habló y me dijo: “No llores. El León de la tribu de Judá, el Descendiente de David, ha ganado la batalla y puede abrir el rollo y sus siete sellos”.”
Apocalipsis 5:2-5 VBL
¿Estás dispuesto a dejar a un lado tu orgullo y permitir que la humildad te guíe hacia una vida más plena y con propósito?
Te invito a hacer esta oración si te identificas de una u otra manera con lo escrito en este artículo:
Señor Jesús, quiero pedirte perdón por ser altivo, orgulloso debido a mi posición, poder o riqueza… perdona mi actitud y si he sido soberbió con tus hijos, con autoridades espirituales o humanas… hoy sé que toda autoridad es puesta por ti y muchas de ellas están sobre mí. Que tu Espíritu Santo me ayude a cambiar, quiero obrar como Josè de Arimatea, como El Centurión Romano o como Namaan … Perdona si he hablado mal de tus siervos, si los he escarnecido delante de otros, incluso mi familia. Sana sus corazones, límpialos de toda contaminación, límpiame a mi, en el nombre de Jesús.
Amén.
Tiempos de Cristo 2025.

