Si quieres cambios debes involucrarte.
En el polarizado escenario actual, el debate público a menudo se enfrenta entre dos polos: la crítica feroz a las fallas de un sistema y el esfuerzo pragmático por arreglarlo desde adentro. Nos preguntamos, ¿qué es más valioso? ¿La voz que denuncia la injusticia desde afuera o la mano que construye el cambio desde adentro? La historia de Israel, en uno de sus momentos más oscuros bajo el dominio de imperios extranjeros, nos ofrece dos figuras atemporales que encarnan estas dos respuestas: Jeremías y Nehemías.
Sus historias, lejos de ser meras reliquias teológicas, presentan dos arquetipos de liderazgo indispensables. Y hoy, más que nunca, sus roles —especialmente fuera de los muros de la iglesia— son vitales para la salud de nuestras naciones y el testimonio de la fe en la plaza pública.
Dos Hombres, Una Crisis, Dos Misiones Divinas
Tanto Jeremías como Nehemías operaron bajo la sombra de superpotencias paganas, Babilonia y Persia. No eran líderes de una nación soberana y próspera, sino siervos de Dios en un contexto de crisis, opresión y compromiso moral. Sin embargo, sus llamados divinos fueron radicalmente distintos.
Jeremías fue la conciencia inquebrantable de la nación. Llamado antes y durante la trágica caída de Jerusalén, su misión fue ser la voz de Dios que confrontaba. Su mensaje era corrosivo para el orgullo nacional: el juicio era inminente y merecido. Aconsejó lo impensable, la sumisión al yugo babilónico como disciplina divina (Jeremias27:12), y denunció una fe hueca que confiaba en rituales y edificios en lugar de en la justicia y la rectitud (Jeremias7:4). Por ello, fue tildado de traidor, fue ridiculizado y encarcelado. Su papel no era ganar amigos, sino decir la verdad, sin importar el costo.
Décadas más tarde, en el mismo contexto de subyugación, pero en una nueva fase, aparece Nehemías, el arquitecto de la restauración. Como copero del rey persa Artajerjes, ocupaba una posición de inmensa influencia. Su corazón, sin embargo, estaba con su pueblo en la devastada Jerusalén. Nehemías no fue un profeta de calamidades, sino un administrador movido por la oración y la estrategia. Usó su favor dentro del sistema para obtener permiso, recursos y autoridad. Su genio consistió en movilizar a un pueblo desanimado, organizar la reconstrucción de los muros y, crucialmente, restaurar la justicia social y el orden cívico basado en la Ley de Dios (Nehemias2:17−18). No confrontó al imperio; colaboró con él para bendecir a su pueblo.
Más Allá del Púlpito: La Necesidad de Arquetipos Modernos
El error sería limitar estos roles al pastorado. Hoy, el llamado más urgente para los «Jeremías» y «Nehemías» modernos se encuentra en la esfera secular.
El «Jeremías Moderno» es la voz de la conciencia pública. No lleva un manto de profeta, pero su función es la misma. Es el periodista de investigación que destapa la corrupción, el activista de derechos humanos que defiende a los vulnerables, el académico que desafía las narrativas complacientes o el funcionario público que se convierte en denunciante ante la injusticia sistémica. Motivados por una fe que exige justicia (Miqueas6:8), estos individuos hablan la verdad al poder. Su mensaje a menudo es incómodo, no solo para el gobierno de turno, sino también para una comunidad cristiana que puede haberse vuelto apática o cómplice. En una era de desinformación y verdades a medias, la importancia de estas voces claras, valientes y a menudo solitarias es incalculable. Sin ellas, la sociedad y la Iglesia pierden su brújula moral.
Por otro lado, el «Nehemías Moderno» es el servidor público restaurador. Es el cristiano que entiende que su lugar de trabajo —sea un cargo político, una sala de juntas, un tribunal o una organización sin fines de lucro— es su campo de misión. Este arquetipo no se enfoca en la denuncia, sino en la edificación. Es el político íntegro que legisla con sabiduría, el empresario que crea un ecosistema de integridad y oportunidades, el juez que aplica la ley con equidad o el líder comunitario que, como Nehemías, ve una ruina y elabora un plan para reconstruirla. Estas personas demuestran con hechos que la fe no es solo una creencia privada, sino una fuerza para el bien común. Su lema es el de los apóstoles: «Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres» (Colosenses3:23). Ellos construyen los «muros» de una sociedad justa y funcional.
Un Equilibrio Indispensable para Hoy
Nuestra sociedad no puede permitirse elegir entre estos dos roles; necesita desesperadamente ambos.
Un mundo lleno de «Jeremías» sin «Nehemías» se ahogaría en la crítica y el cinismo. La denuncia constante sin una vía para la reconstrucción lleva a la desesperanza. Por otro lado, un mundo de «Nehemías» sin «Jeremías» corre el riesgo de volverse demasiado pragmático, de que sus construcciones y compromisos pierdan el alma y la dirección ética. La eficiencia sin conciencia puede edificar sistemas injustos.
El constructor necesita al profeta para recordarle el «porque», y el profeta necesita al constructor para hacer realidad el «cómo». Dios sigue llamando a su pueblo a todos los niveles de la sociedad. A algunos los llama a ser la conciencia inquebrantable que confronta la oscuridad, y a otros, a ser los arquitectos pacientes que encienden una luz. La pregunta para cada persona de fe en la esfera pública es: ¿cuál de estos muros me ha llamado Dios a vigilar o a construir?.
TIEMPOS DE CRISTO. 2025.