Amadas hermanas en Cristo, ¡qué bendición poder compartir con ustedes hoy sobre un tema tan crucial y, a menudo, delicado como el respeto y la honra hacia nuestros esposos! Como pastora y compañera de camino en la fe, mi corazón se siente movido a abordar esta práctica tan común, pero espiritualmente dañina, de criticar a nuestros esposos en reuniones de mujeres o, incluso, tratarlos con dureza en la intimidad de nuestros hogares.
Permítanme decirles con amor y firmeza: esto no es el camino que el Señor Jesús nos ha trazado. Nuestras palabras tienen poder, poder para edificar o para derribar, especialmente en la relación más íntima que tenemos después de nuestra relación con Dios: nuestro matrimonio.
Es muy fácil caer en la trampa de la comparación, alimentada muchas veces por las imágenes irreales y los comentarios superficiales que vemos en las redes sociales. Nos comparamos con matrimonios que parecen perfectos desde afuera, sin conocer las luchas internas que puedan estar enfrentando. Y en ese proceso, es sencillo enfocar nuestra atención en las faltas de nuestros esposos, incluso llegando a competir sutilmente para destacar sus errores.
Pero detengámonos un momento y recordemos una verdad fundamental: si tu esposo es creyente, estás casada con alguien de un valor inigualable para Cristo. Piensen en esto profundamente. El Hijo de Dios, nuestro Salvador, lo ama tanto que dio su vida por él. Si Cristo lo tiene en tan alta estima, ¿cómo podemos nosotras, sus compañeras de vida, verlo con desdén o hablar de él con menosprecio?
Y esta misma verdad se extiende a aquellas de ustedes que están casadas con hombres que aún no conocen a Cristo. La Palabra de Dios es clara en 1 Pedro 3:1-2 (NTV): «De igual manera, ustedes, esposas, deben aceptar la autoridad de sus esposos. Entonces, aun si algunos de ellos se niegan a obedecer la Buena Noticia, la vida recta de ustedes les hablará sin palabras. Los ganarán al ver la pureza de su vida y su profundo respeto.»
¡Qué poder tan extraordinario se nos ha confiado! Nuestra conducta, llena de respeto y pureza, puede ser el vehículo que Dios use para atraer a nuestros esposos no creyentes a sus brazos amorosos. Si constantemente criticamos, menospreciamos o tratamos con dureza a nuestros esposos que no conocen a Cristo, ¿qué testimonio estamos dando de ese Salvador que decimos seguir? ¿Sentirán ellos deseo de conocer a un Dios cuyo amor no se refleja en la manera en que somos tratadas por sus seguidoras?
Reflexionemos también en la mirada de nuestros hijos. Ellos son observadores perspicaces, esponjas que absorben cada una de nuestras actitudes y palabras. ¿Nos ven honrar a su padre? La forma en que hablamos de él, la manera en que lo tratamos en casa, moldea profundamente la percepción que ellos tendrán de él y, por extensión, del rol masculino en general. Somos una influencia poderosa en la construcción de su visión del matrimonio y del respeto dentro de la familia.
Amadas, el honor es un principio que permea cada aspecto de nuestras vidas. Se manifiesta en la forma en que hablamos, en nuestro trabajo, en cómo tratamos a los demás, en nuestros valores y en nuestra moral. No hay área de nuestra existencia que escape a la necesidad de vivir con honor.
Cuando la tentación de señalar una falla en nuestro esposo se presente, detengámonos y recordemos la exhortación bíblica. En lugar de criticar, oremos por su vida. No conocemos las batallas que puede estar enfrentando en silencio, las presiones que soporta, las tormentas internas que lo agobian. Muchas veces, nuestras palabras hirientes son como un muro que impide su crecimiento y lo aleja de la gracia de Dios. Nuestra oración, en cambio, puede ser un bálsamo sanador, un escudo protector y un canal para que la paz de Cristo lo alcance.
La pregunta que debemos hacernos constantemente es: ¿Estoy yo, como esposa, trayendo honor a Dios en la manera en que trato a mi esposo? Romanos 12:10 (NTV) nos llama a «amarnos los unos a los otros con amor fraternal, respetándonos y honrándonos mutuamente.» Este mandamiento no es exclusivo para los hermanos en la fe; comienza en el hogar, en la relación más íntima que compartimos con nuestro cónyuge.
¿Nos deleitamos en honrar a nuestros esposos? ¿Buscamos activamente maneras de mostrarles nuestro respeto y admiración? Esto no significa ignorar las dificultades o los errores, sino abordarlos con amor, gracia y buscando la edificación mutua. Significa reconocer su valor inherente como hijos de Dios y como nuestros compañeros de vida.
Reflexión Final:
Amadas, el llamado a respetar y honrar a nuestros esposos es un mandato divino que trasciende las imperfecciones humanas y las frustraciones cotidianas. Es un acto de obediencia a nuestro Señor Jesucristo, quien nos amó y se entregó por nosotros.
Honrar a nuestro esposo es reconocer la imagen de Dios en él, incluso cuando esa imagen parezca empañada por las debilidades humanas. Es recordar que él también está en un proceso de crecimiento y santificación, al igual que nosotras. Es elegir el amor y la gracia por encima de la crítica y el resentimiento.
Cuando decidimos honrar a nuestros esposos, abrimos la puerta para que Dios obre poderosamente en sus vidas y en nuestro matrimonio. Creamos un ambiente de amor, seguridad y respeto donde la comunicación florece y la unidad se fortalece.
Que el Espíritu Santo nos conceda la sabiduría y la gracia para ver a nuestros esposos con los ojos de Cristo, para hablarles con palabras que edifiquen y para tratarlos con un respeto profundo que refleje el amor incondicional de nuestro Salvador. Que nuestros hogares sean un testimonio vivo del amor de Dios, donde el esposo sea honrado y la esposa sea respetada, para la gloria de nuestro Padre celestial.
Amén.